Y DE PERIODISMO ¿QUÉ?

jueves, 4 de noviembre de 2010

ABADIA (UN CUENTO MÁS SOBRE IGUALDAD)

Érase una vez un territorio que, por el discurrir de los acontecimientos, mudó su nombre por el de Abadia, no Abadía (como aquel abnegado jugador de fútbol), Abadia.
La gente vivía razonablemente mal, con cierta paz, sólo tiranizados por el dinero y por Dios (como la mayoría de las sociedades), hombres y mujeres, miembros y miembras de aquel territorio, respetándose con las inevitables disidencias que siempre existen.

Eran allí mayoría los de la tribu de los García, aunque también abundaban los Rodríguez, los Fernández, los González, los Martín e incluso los Pérez o los López. Pero aquella riqueza, que permitía saber que los Herrero, los Ferrero, los Ferrer, los Herreros, los Ferreira, los Herrera, los Ferreiro, los Ferreirós, los Ferre, los Ferré y demás no eran de la misma calaña, aquella diversidad empezó a perderse irremisiblemente un día merced a la arbitrariedad de los legisladores.
A alguien se le ocurrió que era un problema que el primer apellido fuese el del padre y el segundo el de la madre; a alguien más capaz que si estaban de acuerdo podían cambiar el orden; a alguien avieso y probablemente acomplejado (por qué no decirlo) que si no se ponían de acuerdo prevalecería la tiranía del orden y la estandarización, la homogeneidad, la globalización en materia de apellido y en ese caso sería primero y transmitible el primero al ordenar alfabéticamente los dos.


Los Zunzunegui tardaron poco en caer: sólo la endogamia, la proximidad a los Zweig y la capacidad retórica de algunos de ellos consiguieron mantener dos siglos algún miembro así apellidado. Luego cayeron los Zapatero, los Yebra, los Ximénez, los Villares, los Trueba, los Sánchez, los Ramírez, los Prado... hasta que sólo quedaron Abad. Todos, al cabo de pocos siglos, se apellidaban Abad. Antonio Abad Abad, Carlos Abad Abad, Estefanía Abad Abad... ¡qué pobreza y qué fastidio! Hubo una corriente que sugirió suprimir los apellidos y denominar al territorio que habitaban Abadia, por sobreentenderse que todos los que en él moraban se apellidaban así.
Y eso hicieron.
Pero llamarse Carlos es poco cuando hay millones de Carlos alrededor, y entonces (como tampoco era plato de buen gusto prescindir del nombre para ser desigandos con 9 dígitos) a alguien se le ocurrió llamar los Aceros a la familia que tenía una acería, y así surgieron Carlos Aceros, Luis Tiza, Diana Cuchillo... y todos aquellos apellidos, honorables pero tristemente recientes con todo, convivieron y sirvieron para volver a distinguir a los habitantes de Abadia.

Con esto de la igualdad me sale la vena cobarde, me pongo a temblar si pienso ¿por qué cojones es tan problemático que seamos todos distintos*?

*sépase que un portugués entinde que alguien 'distinto' es 'distinguido'

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]



<< Inicio