Y DE PERIODISMO ¿QUÉ?

lunes, 30 de noviembre de 2009

PRESUNCIÓN DE CULPABILIDAD

Este señor es culpable:
de asesinato
de violación
de ensañamiento
de abuso de superioridad
de engaño
con alevosía
con premeditación.

¡Deberíamos lincharlo!

Así es, así fue y, lamentablemente, así será.

Ésta es una de las máximas del periodismo y del cotilleo (acaban no diferenciándose tanto): la presunción de culpabilidad.

Lucas en Radio Nacional, a primera hora, Túñez en la Galega, por la tarde, auguro que la Barceló en la SER, por la noche, y me atrevo a presumir que muchos otros, habrán entonado un riguroso mea culpa (de rigor, no con rigor) a raíz del caso de este ciudadano de Tenerife.

Lamentablemente lo harán con ínfima pasión y dedicando epítetos mucho menos encendidos que los que a buen seguro vertieron cuando, aprovechando la gratuidad que concede la presunta necesidad de inmediatez y que asumen los mass-media como patente de corso, tomaron como verdades incontestables conjeturas de algún equipo médico (presuntamente inocente) y las difundieron como tales, gran error, a los cuatro vientos.

Algunos incluso, presuntamente deshecho el entuerto, mantienen las informaciones que contribuyeron a hacer de un ciudadano presuntamente culpable el peor de los villanos y más indeseable de los seres inhumanos. En todo caso, el acceso de ecuanimidad les durará quizás unos días, hasta que aparezca el próximo presunto culpable.

En mi condición de ciudadano biempensante no deja de asombrarme la alevosía que algunos informadores derrochan en el ejercicio de su misión deformativa: ya que tienen tanto cuidado en proteger la identidad de los agentes del orden, ¿para qué hacer lo mismo con la del presunto culpable? Ni siquiera presunto culpable: culpable preventivo.

¡Qué pena que seduzca de esa manera el morbo, la facilidad de apuntar al que está ya inmóvil en el punto de mira, en el tiro de cámara de fotos, de televisión, de ávidos teclados! ¡Cuánta hipocresía!

¿Realmente somos capaces de sentirnos tan lejos de los tiempos de la Santa Inquisición, donde cualquier acusación era suficiente para torturar y, si acaso, degollar o ahumar al más respetable ciudadano?

En serio, ¿tantas cosas han cambiado?